La pequeña farmacia literaria by Elena Molini

La pequeña farmacia literaria by Elena Molini

autor:Elena Molini [Molini, Elena]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2019-01-01T00:00:00+00:00


10

DE ASTUTAS VIEJITAS, ACOSO SALVAJE, VIEJOS AMORES Y NUEVOS RENCORES

Una vez más, Miss Marple había dado en el clavo.

AGATHA CHRISTIE,

Miss Marple y los trece problemas

Dos semanas más tarde

—EL CLUB DE lectura yo creo que podemos organizarlo para dentro de dos semanas. El sábado por la tarde puede que sea el mejor día, total, en mayo nadie se va a la playa. Lo apunto en la agenda.

Una agenda que en realidad no existía, y que consistía en una serie de pósits que pegaba en el mostrador de caja para luego perderlos. Citas para entrevistas olvidadas, e-mails que no recibían respuesta, solicitudes de presentaciones, encuentros que se acumulaban. Mia me estaba dando a entender de forma bastante abierta que ya no podía gestionar esa mole tremenda de trabajo, tenía que estudiar, y ocuparse de mis relaciones le quitaba demasiado tiempo. Buscaba cómo organizarme de otra manera, pero estaba sepultada en trabajo y compromisos.

—Buenos días, señorita, ¿puedo echar una ojeada?

Una simpática viejita acababa de entrar en la librería y me sonreía.

—Claro, señora, pase, y si necesita algo, no tiene más que pedirlo.

¿Dónde narices había puesto el pósit en el que había apuntado el número de Francesca, la del club de lectura?

—Hola, buenos días.

Entró otro cliente en la librería y se acercó con decisión al mostrador de caja.

—Hola, tengo este libro para devolver. ¿Puedo cambiarlo por otro?

Un chico alto y delgado me alargaba un ejemplar del libro de Neri Venuti.

—Claro, puedes cambiarlo por el que tú quieras.

Sonreí al mirar la vieja etiqueta de la difunta librería Novecento pegada detrás.

Quizá había venido a la presentación, me parecía haberlo visto antes, pero no recordaba haberle vendido el libro. Ahora me sonaban todas las caras, veía una cantidad impresionante de gente y trataba de acordarme de todo el mundo, aunque no era nada fácil.

Dejé a los clientes curiosear entre los estantes y volví a mis preocupaciones.

A saber dónde habría metido el dichoso pósit. La frenética situación agravaba mi desorden natural. Tenía dos ordenadores en el mostrador de caja, uno con el que escribía los prospectos y otro que utilizaba para la librería. También había libros que reseñar, libros que fotografiar, papeles, papelitos y papelajos.

¡Ahí estaba el maldito pósit! Debajo de un montón de cachivaches varios. Empecé a tirar de él despacio, tratando de imitar a los prestidigitadores, esos que quitaban manteles sin que se movieran ni un milímetro las vajillas colocadas encima. Como era de esperar, el montón se tambaleó, se inclinó hacia la derecha y todo lo que lo componía se vino abajo con gran estruendo. Levanté la cabeza y vi que tanto el chico como la anciana me miraban pasmados.

—Disculpen, soy un poco torpe.

La señora me sonrió con indulgencia, mientras tanto se había sentado a leer en el rinconcito junto a la caja, muy cómoda en un silloncito de diseño danés comprado en una tienda de segunda mano. Su cabello plateado destacaba sobre el azul de las paredes.

El chico miró a su alrededor como buscando a alguien y luego volvió a concentrarse en los estantes.

Me incliné a recoger los libros que se habían caído y por poco me da algo.



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